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L’Hospitalet dice basta: cierres fulminantes, multas contundentes y fin de la barra libre para los infractores
L’Hospitalet dice basta: cierres fulminantes, multas contundentes y fin de la barra libre para los infractores.
Uno puede servir kebabs, croquetas o trufas negras, pero lo que no puede es saltarse la ley como quien se salta un semáforo en ámbar pensando que no pasa nada. Porque lo que ha ocurrido en L’Hospitalet de Llobregat no es un capricho, ni una rabieta institucional. Es, ni más ni menos, una respuesta firme, calculada y necesaria ante la dejadez y la reincidencia.
El pasado viernes, mientras en muchas casas se preparaba la cena con la tranquilidad que da el orden, en la avinguda del Carrilet caía el telón para un restaurante que, tras meses de advertencias, acabó con la puerta precintada y una multa de casi 7.000 euros. Y no fue el único. Durante todo el fin de semana, los operativos policiales y técnicos continuaron haciendo limpieza normativa por distintos puntos de la ciudad.
Ya no es solo una cuestión de papeles o licencias. Es una cuestión de respeto. A los vecinos, a la convivencia, al bien común. No se puede hacer negocio a costa del insomnio de los demás, ni ampararse en la informalidad para evadir lo que todos están obligados a cumplir. La paciencia del vecindario no es infinita, y la del Ayuntamiento, por lo que se ve, tampoco.
Y aquí no hablamos de una caza de brujas. Hablamos de locales que, con reincidencia digna de estudio, han hecho de la irregularidad su sistema de trabajo. Sin insonorización, sin horarios respetados, sin higiene, y lo que es más grave, sin las medidas mínimas de seguridad contra incendios.
En una cocina profesional, donde el aceite burbujea, los hornos rugen y los cables coquetean con enchufes saturados, la presencia de un extintor abc es tan básica como la de una campana extractora o un grifo de agua. Y sin embargo, ahí están muchos locales: operando como si la seguridad fuese una recomendación y no una exigencia legal.
El extintor abc es ese salvavidas silencioso que actúa cuando todo lo demás falla. Apto para fuegos de tipo A (sólidos), B (líquidos inflamables) y C (gases), es el único equipo que debería estar en todas las cocinas del país sin excepción. Pero basta con darse una vuelta por algunos establecimientos para comprobar que brilla por su ausencia. Y cuando se pregunta por él, la respuesta es un encogimiento de hombros y una sonrisa de “eso nunca pasa aquí”. Hasta que pasa.
Peor aún es descubrir que muchos de estos negocios ni siquiera cuentan con un extintor polvo abc 6 kg, el modelo más habitual y recomendado para establecimientos de tamaño medio. Compacto, eficaz y capaz de actuar en segundos, es la diferencia entre un susto y una tragedia. Su instalación no cuesta una fortuna y su mantenimiento anual es accesible. Entonces, ¿por qué no está?
Por desidia, por ignorancia o por pura irresponsabilidad. Y en cualquiera de los tres casos, la sanción está más que justificada. Porque cuando se juega con fuego —literal y metafóricamente— el castigo no debe quedarse en una advertencia. Debe ser ejemplar.
¿Dónde y cuándo es obligatorio tener un extintor? La normativa lo deja bien claro: todo establecimiento abierto al público está obligado a contar con extintores cada 15 metros lineales de recorrido, visibles, accesibles y señalizados. Además, deben ser revisados anualmente por empresas homologadas y su tipo debe ajustarse a la clase de riesgo del local.
El viernes pasado, como parte de la línea de actuaciones policiales y administrativas que el Ajuntament de L’Hospitalet inició hace meses, se precintó un restaurante reincidente de la avinguda del Carrilet, precisamente por no cumplir con estas y otras normativas básicas. Además, se impuso una multa de casi 7.000 euros que, lejos de ser anecdótica, busca dejar claro que el tiempo de la permisividad ha terminado.
Durante todo el fin de semana, los operativos continuaron. Se inspeccionaron otros establecimientos que tampoco respetaban la normativa, generando molestias a los vecinos, afectando al bienestar colectivo y minando la armonía comunitaria.
Aquí no se trata de criminalizar la hostelería. Se trata de defender al que sí cumple, al que paga sus impuestos, al que insonoriza su local, al que instala su extintor, al que respeta la hora de cierre. Porque mientras uno hace las cosas como se debe, otro se aprovecha del caos para competir deslealmente.
Y eso, señores, no se puede tolerar. Una ciudad que se respeta a sí misma, que cuida su urbanismo y su civismo, no puede permitir que unos pocos lo echen por tierra todo con impunidad.
Lo que está ocurriendo en esta ciudad catalana es un ejemplo de cómo se recupera el control sin estridencias, pero con determinación. No hace falta salir en todos los medios, ni montar operativos con helicópteros. Basta con aplicar la ley, sin mirar a otro lado y sin temblor en el pulso.
L’Hospitalet ha dicho basta, y lo ha dicho con fuerza. Ya no se tolerarán locales que ignoren las ordenanzas, ni empresarios que jueguen a emprender sin respetar la más elemental convivencia.
Y si alguien se pregunta si esto se va a quedar aquí, la respuesta es tan sencilla como un cartel de "cerrado por incumplimiento": no. Esto no ha hecho más que empezar.
Lo que se exige no es otra cosa que legalidad, responsabilidad y respeto mutuo. Y eso empieza por cumplir las normas de higiene, de ruidos, de aforo… y por supuesto, de prevención contra incendios. Tener un extintor abc, contar con un extintor polvo abc 6 kg, tener las salidas de emergencia despejadas, los sistemas eléctricos revisados y las cocinas en orden. Lo que cualquier negocio con sentido común debería tener.
Porque de eso se trata. De sentido común. Y de saber que el derecho a ganarse la vida termina donde empieza el derecho de los demás a descansar, vivir en paz y estar seguros.