OPERACIÓN BOCATA PEÑARANDA 2017
"Con un solo bocadillo, se pueden construir grandes proyectos en diferentes lugares del mundo: hospitales, colegios, avances ciéntificos....
Hay que concienciarse de la gran labor que se puede realizar con mínimos detalles.
Muchos pocos hacen muchos. "
Jaime Navarro. Cope Peñaranda
http://xn--copepearanda-fhb.es/firma-del-dia/la-operacion-bocata-por-jaime-navarro/
La comunidad educativa del CEIP Severiano Montero (alumnos, profesores y padres) ha participado en la Operación Bocata organizada por Manos Unidas de Peñaranda de Bracamonte, el día 21 de febrero de 2017.
En medio de la vasta y silenciosa dehesa sevillana, donde el horizonte se ondula entre encinas y cielo limpio, emerge un refugio de calma, historia y arraigo: un cortijo andaluz que no solo resiste el paso del tiempo, sino que lo celebra. Aquí, donde las mañanas huelen a tierra y a brisa templada, despejarse cobra un nuevo significado. No es un verbo más: es una necesidad, una forma de entender la vida desde lo esencial.
Un paseo sin prisa por los senderos que rodean el cortijo no solo libera el cuerpo del ruido moderno, sino que despierta algo más profundo. En cada rincón de este paraje late el alma de Andalucía. Aquí, el descanso no es una pausa: es un reencuentro con lo que somos cuando dejamos atrás el exceso.
Y para quienes buscan convertir esa desconexión en una experiencia prolongada, nada como una casa rural en Sevilla que abrace la tradición sin renunciar al confort. Porque cuando el entorno invita a parar el tiempo, el lugar donde se duerme debe estar a la altura del paisaje que se contempla.
Hablar de un cortijo andaluz es hablar de raíces. Son construcciones nacidas de la tierra, pensadas para resistir el calor, aprovechar la luz y abrazar el sosiego. Las paredes encaladas, los techos altos con vigas vistas, los patios floridos y las zaguanas donde se filtra el silencio son más que elementos arquitectónicos: son símbolos de un estilo de vida.
En este cortijo, enclavado en el corazón de la dehesa, todo tiene un propósito. La terraza, por ejemplo, no está ahí solo para contemplar el atardecer. Es el centro de la vida pausada, un escenario desde el que se asiste al espectáculo lento y constante de la naturaleza, con la plaza de tientas como telón de fondo.
Y no es casualidad. Porque en esta finca, la tradición no es una postal: es una actividad viva, un latido constante. La ganadería de reses bravas no es una nota al pie, sino un capítulo entero. De hecho, quienes la visitan descubren que la ganadería de toros bravos no solo conserva costumbres, sino que educa, emociona y transforma la mirada.
En un mundo que celebra la velocidad, la dehesa sevillana ofrece su antídoto: amplitud, horizonte, tiempo detenido. Aquí, lejos del tráfico y de las alertas del móvil, uno se reconcilia con el presente. Caminar entre encinas centenarias, sentir el crujir de la hojarasca o escuchar el trino lejano de una abubilla no es solo bucólico: es terapéutico.
Y ese es uno de los grandes valores de este cortijo: su capacidad para hacernos recordar lo esencial. Por eso, más allá de sus estancias amplias o su decoración cuidada, lo que verdaderamente se agradece es el aire limpio, la luz sin filtros y el ritmo pausado que contagia.
Para quienes buscan una escapada con personalidad, también hay alternativas con alma propia. Como este alojamiento rural con encanto Andalucía, que demuestra que no hace falta renunciar a la estética para abrazar la naturaleza.
El alma de este cortijo no se entiende sin su plaza de tientas. Aquí no hay artificio: lo que se ve es lo que es. Un espacio circular, de tierra y barreras, donde se prueba el temple y la bravura de los animales que pastan en libertad. Pero también es una escuela, un anfiteatro de historia donde se narran generaciones de sabiduría ganadera.
Ver una tienta es asistir a un diálogo mudo entre hombre y toro, donde se miden fuerza, nobleza y carácter. Y aunque no seas aficionado, la experiencia impacta. Porque conecta con algo ancestral, con una forma de vida donde el respeto al animal y al entorno no es discurso, sino práctica diaria.
No hay experiencia completa sin un buen plato sobre la mesa. Y en el cortijo, la cocina es una celebración de lo local. Productos de kilómetro cero, recetas heredadas y sabores que no se maquillan. Desde un jamón ibérico cortado al momento hasta carnes de la propia ganadería, todo se sirve con honestidad y orgullo.
Todo ello, maridado con vinos de la tierra y servido en comedores con encanto o en terrazas abiertas al campo. Porque comer aquí es mucho más que alimentarse: es otro modo de conectar con la tierra.
El cortijo también funciona como alojamiento rural, ideal para escapadas familiares, grupos de amigos o incluso celebraciones privadas. Sus estancias están diseñadas para ofrecer intimidad sin perder la conexión con el entorno. Las habitaciones son amplias, con techos altos, colores suaves y detalles que honran lo rústico sin caer en lo kitsch.
Además, se ofrecen actividades personalizadas como rutas a caballo, talleres de fotografía de fauna, clases de cocina andaluza o incluso retiros de bienestar. Todo adaptado al ritmo del huésped y al calendario de la finca.
Visitar un cortijo andaluz en plena dehesa sevillana no es solo cambiar de paisaje. Es cambiar de frecuencia, de ritmo y de prioridades. Es entender que, en ocasiones, la única manera de avanzar es detenerse. Y pocos lugares invitan tanto a la pausa consciente como este rincón de tradición, naturaleza y memoria viva.
Porque cuando uno se deja llevar por el murmullo del campo, el crujido de la madera y el aroma de la jara, lo que encuentra no es solo descanso: es sentido. Y en este cortijo, el tiempo deja de ser una urgencia para convertirse en un aliado.
Un estallido en la rutina: el día en que la industria textil catalana se detuvo.
Hay jornadas en las que el tiempo se detiene. Y no por poesía ni nostalgia, sino por el olor denso del humo, por el grito urgente de una sirena y por ese silencio posterior que sólo conoce quien ha visto arder lo suyo. En Santa Eugènia de Berga, comarca tranquila donde el rumor del telar marca el compás de la vida, un incendio en una fábrica textil volvió a recordarnos que el fuego no tiene clemencia ni espera.
El sol picaba sobre los tejados industriales cuando las llamas comenzaron a alzarse por una de las naves de una empresa local, de esas que no suelen salir en los telediarios. Un trabajador resultó herido de gravedad, y los servicios de emergencia acudieron con rapidez a la zona. Pero ya era tarde para evitar la devastación de buena parte de la estructura y del material almacenado.
Las primeras investigaciones apuntan, cómo no, a una chispa fortuita en uno de los equipos eléctricos. Quizás un fallo en el aislamiento, quizás una sobrecarga, quizás la rutina que se volvió descuido. Lo cierto es que las llamas arrasaron parte del recinto en cuestión de minutos, y si no llegaron más lejos fue gracias a la intervención decidida de los bomberos y a la existencia, aunque limitada, de medios de extinción.
Aquí conviene hacer una pausa. Porque cuando uno pisa estos escenarios carbonizados, se da cuenta de lo fundamental que resulta contar con un extintor co2, no uno, sino los necesarios. Este tipo de extintores no sólo no deja residuos (ideal para entornos eléctricos), sino que actúa deprisa, con precisión, como lo haría un cirujano en un quirófano lleno de chispas.
Y sí, lo sabemos: hablar de previsión en pleno caos suena a cinismo. Pero si de algo sirven estos episodios es para despertar conciencias adormecidas por la falsa sensación de seguridad. Porque la mayoría de las veces, el drama se podría haber evitado con una formación básica, un protocolo bien ensayado y con decisiones tan simples como comprar extintores CO2 en cantidad y ubicación adecuadas.
Lo hemos dicho mil veces y lo seguiremos diciendo hasta la saciedad: no se trata de gastar más, sino de invertir mejor. La protección contra incendios no es una opción estética, sino un imperativo ético y legal.
Y aquí entra la pregunta clave, que debería estar grabada en cada puerta de cada empresa, grande o pequeña: ¿dónde y cuándo es obligatorio tener un extintor? Pues bien: toda instalación industrial, taller, comercio, oficina o centro educativo tiene la obligación legal —según la normativa vigente en España— de disponer de sistemas de extinción de incendios en función del riesgo que representa su actividad y de la superficie útil del recinto.
Para fábricas como la que ardió en Santa Eugènia de Berga, el número de extintores y su distribución están estipulados con claridad por el Reglamento de Instalaciones de Protección contra Incendios (RIPCI). No basta con colocar uno en la entrada y olvidarse: deben estar accesibles, visibles, mantenidos y debidamente señalizados.
De poco sirve tener un arsenal contra el fuego si, al llegar el momento, nadie sabe cómo liberarlo. Por eso, la formación en prevención de incendios debería ser tan obligatoria como el reconocimiento médico anual.
Sigamos con lo ocurrido. Las llamas, que se propagaron con rapidez por los materiales textiles —altamente inflamables—, pusieron en evidencia una cadena de errores, omisiones o simple mala suerte. El trabajador herido, del que aún no se han dado más detalles, fue evacuado en estado crítico al hospital de Vic, donde permanece ingresado. Mientras tanto, los técnicos evalúan los daños estructurales, que se prevén cuantiosos.
La Generalitat, a través del Servei d’Emergències, ha recordado la necesidad de extremar las medidas de prevención durante el verano, cuando las temperaturas aumentan el riesgo de ignición incluso por causas mínimas. Pero no es sólo cuestión de termómetros. Es cuestión de responsabilidad.
Cada tornillo mal puesto, cada toma sin revisar, cada material almacenado sin protocolo, es una bala en la recámara de un fusil que en cualquier momento puede dispararse.
Y aquí volvemos al fondo de la cuestión. Lo que pasó en Santa Eugènia de Berga no es anecdótico ni puntual. Es un aviso. Es el coste que pagamos por dejar para mañana lo que debería hacerse hoy. Es la factura —carísima— de confiarse.
Porque en cualquier fábrica, oficina, hotel o incluso vivienda, el fuego no perdona. No distingue clases, colores ni intenciones. Y cuando llega, exige una respuesta inmediata, eficaz y contundente. Por eso, desde estas líneas, insistimos en lo evidente: revisen sus planes de evacuación, actualicen sus sistemas, asegúrense de que sus trabajadores saben actuar y, sobre todo, comprueben si cuentan con los extintores adecuados.