El fuego que no avisa: cuando la cocina se convierte en trampa.
Málaga, viernes por la tarde. El calor insoportable de julio se mezcla con el olor a fritura que escapa por la ventana abierta de una cocina industrial. El cocinero, como cada día, se mueve entre fogones y platos, apurado, con el ritmo frenético que sólo entienden quienes sobreviven entre sartenes y comandas. Pero ese viernes, algo no fue como siempre. Ese viernes, el calor no venía solo del sol.
Un ruido sordo, una humareda negra saliendo de la campana extractora y, en apenas segundos, el caos: llamas. El aceite ardía. Y no había extintor cerca. Nada. Sólo gritos. Solo fuego. Sólo miedo.
El fuego no avisa. El fuego simplemente llega. Y cuando lo hace, o estás preparado o te conviertes en noticia.
Porque no es cuestión de suerte, es cuestión de previsión. No tener un sistema antiincendios en una cocina es como jugar a la ruleta rusa con el gatillo flojo. No hablamos de una exageración. Hablamos de responsabilidad. De lo que nos cuesta entender: que el fuego no espera, no perdona y no pregunta.
Los negocios de hostelería están obligados a cumplir normativas, sí. Pero en la práctica, la realidad es otra. Muchos lo dejan para mañana. Para después. Para cuando “tenga un hueco”. Y entonces llega el día que no hay hueco. Ni cocina. Ni clientela. Ni vida.
¿dónde comprar un extintor? Esa es la pregunta que debería hacerse todo propietario responsable antes de encender una freidora. Porque una cocina, por mucho acero inoxidable que brille, por mucha decoración minimalista que exhiba, sin extintor es un arma de doble filo. Y más aún si no se sabe usar.
Existen distintos tipos de extintores, pero para cocinas industriales el más adecuado es el de clase F. Está diseñado específicamente para apagar aceites y grasas calientes, esos que convierten una simple sartén en una trampa mortal. No vale cualquiera. Y no sirve tenerlo escondido detrás de un armario. El extintor debe estar visible, accesible y operativo.
Muchos hosteleros dudan ante la compra. Comparan extintores precios como quien escoge sillas para la terraza. Pero esto no va de estética, ni de ahorro mezquino. Esto va de vidas. De negocios. De familias que dependen de ese restaurante, de ese bar, de esa cocina.
Un extintor clase F cuesta, en promedio, menos que una multa por incumplir la normativa, y muchísimo menos que una indemnización tras un siniestro. Pero seguimos mirando el bolsillo, no el riesgo. Y entonces viene la factura más cara: la del incendio.
Porque sí, el incendio del viernes pudo haberse evitado. No hacía falta un milagro. Hacía falta previsión. Un sistema de detección temprana. Una revisión al sistema de extracción. Un extintor en regla. Un empleado formado. Es decir, todo aquello que no se tenía.
Los bomberos llegaron rápido, claro. Pero ya había daño. El susto, el humo, las llamas que lamían paredes y techos, el miedo grabado en los ojos de los trabajadores… eso no lo apaga ni el mejor equipo de intervención. Eso se queda. Eso pesa.
Tras el suceso, nadie da declaraciones. El dueño no contesta al teléfono. Los vecinos bajan la voz. La ciudad sigue su ritmo, pero en esa esquina, donde hasta hace unas horas se servían tapas y cañas, queda el olor a quemado. Queda la evidencia de lo que no se hizo a tiempo.
Porque nadie cree que le va a pasar, hasta que pasa. Hasta que el fuego te toca la puerta. Hasta que te das cuenta de que bastaba con una revisión anual, con una simple llamada, con un extintor colocado donde debía estar. Pero ya es tarde.
Quizás este incendio sirva para despertar conciencias. Para entender que la seguridad no es un gasto, sino una obligación. Que los extintores no son elementos decorativos, sino salvavidas. Y que ignorar su importancia es una temeridad.
En un país donde los bares y restaurantes forman parte de nuestra identidad, no podemos permitirnos tanta imprudencia. Es hora de hablar claro, de tomar medidas, de dejar de “confiar en la suerte” y empezar a confiar en la prevención.
Tener un extintor adecuado, visible, y revisado no es opcional. Es tan esencial como el aceite, la sal o la cuchara de palo. Un compromiso con tu equipo, con tus clientes y contigo mismo. Porque ningún plato, por sabroso que sea, vale más que la seguridad.
Y si todavía te preguntas dónde comprar un extintor, la respuesta está a un clic. Pero más importante que comprarlo es usarlo bien, tenerlo revisado, y colocarlo donde se necesita. Esa es la diferencia entre un susto y una tragedia.
No hace falta que esperes a que sea tu cocina la próxima en salir en las noticias. No necesitas vivir un incendio para entender lo que está en juego. Haz lo que toca, y hazlo ya.
El fuego no espera. Tú tampoco deberías.